Mujeres en la historia | Helene Von Druskowitz (1856-1918)

Helene von Druskowitz fue una filósofa austriaca, escritora y crítica de música. Fue la segunda mujer en obtener un Doctorado de Filosofía una hazaña notable en una época en que las oportunidades educativas para las mujeres eran limitadas.
Una figura revolucionaria y pionera en su tiempo, desafió las convenciones sociales y rompió barreras en un mundo dominado por los hombres. Nacida en el seno de una familia acomodada en Viena en 1856, Druskowitz demostró desde temprana edad una mente brillante y una voluntad indomable. 

En la Europa de mediados del siglo XIX vivió una mujer de mente brillante y férrea voluntad. Con las ideas muy claras, Helene von Druskowitz tuvo la desgracia de no comulgar con los estándares sociales de su tiempo ni encajar en los moldes establecidos para las mujeres. Como filósofa, no tuvo reparos en criticar la obra de Nietzsche; como feminista, alzó la voz contra las injusticias de género planteando ideas de lo más revolucionarias; como mujer, reclamó su derecho a vivir su sexualidad como ella quería y convivió abiertamente con otra mujer. Al final, terminó su vida encerrada en un manicomio. 

Helene von Druskowitz nació el 2 de mayo de 1856 en Hietzing, Viena, en el seno de una familia acomodada. La pequeña de tres hijos, Helene prácticamente no conoció a su padre, quien falleció cuando ella tenía apenas dos años de edad. A pesar de la trágica pérdida, su madre quedó en una buena situación económica que le permitió vivir holgadamente y proporcionar a sus hijos una buena educación. Helene pronto despuntó como alumna ejemplar, mostrando unas capacidades intelectuales extraordinarias. Ella misma, se consideraba una persona superdotada. 

«Emprended una lucha sagrada contra el mundo masculino, para recuperar la honra y la libertad que habéis perdido». 

Helene von Druskowitz

Con sus altas capacidades, Helene podía estudiar lo que quisiera. Primero se decantó por la música, ingresando en el conservatorio de Viena donde cursó estudios de piano hasta 1873. Un año después se machó a Zúrich con su madre donde se matriculó en la universidad que admitía mujeres desde hacía poco menos de una década. Durante cuatro años exprimió sus dotes intelectuales estudiando varias disciplinas, entre ellas filología y arqueología para terminar doctorándose en Filosofía en 1878 con una tesis sobre Byron. Helene se convertía en la segunda mujer, después de Stefania Wolicka, en alcanzar dicha titulación. 

Con su título bajo el brazo, Helene viajó por varias ciudades de Europa impartiendo conferencias y entrando en contacto con los más importantes círculos intelectuales del momento. Marie von Ebner-Eschenbach, Rainer Maria Rilke, Friedrich Nietzsche, Lou Andreas Salomé o Betty Paoli fueron algunos de sus colegas. En aquella época, empezó a publicar críticas musicales y literarias, la gran mayoría de veces usando un pseudónimo. 

Helene tuvo el honor de ser una de las primeras lectoras de Así habló Zaratustra, de Nietzsche. El filósofo tenía una muy buena opinión de ella, de la que llegó a decir que le parecía «una criatura de alma noble y recta». Sin embargo, cuando Helene criticó la obra, el filósofo cambió de opinión por haber «ofendido a mi hijo Zaratustra con una presumida cháchara literaria». Además de escribir críticas musicales y literarias, Helene von Druskowitz es autora de varios ensayos filosóficos centrados en temáticas como la religión o el feminismo exponiendo su propia visión radical. 

«En lugar de la religión, debe situarse algo superior y más perfecto». 

Helene von Druskowitz

Helene mantuvo una vida bohemia, alejada de las convenciones. Escribía textos considerados subversivos, era aficionada a la bebida y fumaba. Durante un tiempo vivió con una cantante de ópera llamada Therese Malten, sin esconder su relación lésbica. 

Hacia 1891, sus excesos con la bebida, unido a la pérdida de su madre y sus hermanos y sus problemas económicos la llevaron a una situación de decadencia emocional que terminó también con su relación con Therese. Poco después ingresaba en un psiquiátrico del que ya no saldría. Un internamiento que pareció ser más una cuestión social que médica, como apunta Manuel Pérez Cornejo: «Los auténticos motivos de su internamiento nunca estuvieron claros, y parece, más bien, que detrás de ellos se encontraba una suerte de reacción de la sociedad ante una persona incómoda que, adelantada a su tiempo, se había atrevido a desafiar las normas morales del momento». Allí permaneció encerrada pero continuó con su obra filosófica. Veintisiete años después, el 31 de mayo de 1918, fallecía y con ella se enterraba su obra en un injusto olvido. 

Fuente: Mujeres en la Historia Sandra Ferrer Valero

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