Escrito: En o antes de 1911.
Entre los múltiples problemas que perturban la inteligencia y el corazón de la humanidad, el
problema sexual ocupa indiscutiblemente uno de los primeros puestos. No hay una sola
nación, un solo pueblo en el que la cuestión de las relaciones entre los sexos no adquiera de
día en día un carácter más violento y doloroso. La humanidad contemporánea atraviesa por
una crisis sexual aguda en la forma, una crisis que se prolonga y que, por tanto, es mucho más
grave y más difícil de resolver.
En todo el curso de la historia de la humanidad no encontraremos seguramente otra época en
la que los problemas sexuales hayan ocupado en la vida de la sociedad un lugar tan
importante, otra época en la que las relaciones sexuales hayan acaparado, como por arte de
magia, las miradas atormentadas de millones de personas. En nuestra época, más que en
ninguna otra de la historia, los dramas sexuales constituyen fuente inagotable de inspiración
para artistas de todos los géneros del arte.
Como la terrible crisis sexual se prolonga, su carácter crónico adquiere mayor gravedad y más
insoluble nos parece la situación presente. Por esto la humanidad contemporánea se arroja
anhelante sobre todos los medios que hacen entrever una posible solución del problema
“maldito”. Pero a cada nueva tentativa de solución se complica más el enmarañado complejo
de las relaciones entre los sexos, y parece como si fuera imposible descubrir el único hilo que
nos ha de servir para desenredar el compacto nudo. La humanidad, atemorizada, se precipita
desde un extremo al otro; pero el círculo mágico de la cuestión sexual permanece cerrado tan
herméticamente como antes.
Los elementos conservadores de la sociedad llegan a la conclusión de que es imprescindible
volver a los felices tiempos pasados, restablecer las viejas costumbres familiares, dar nuevo
impulso a las normas tradicionales de la moral sexual. “Es preciso destruir todas las
prohibiciones hipócritas prescritas por el código de la moral sexual corriente. Ha llegado el
momento de arrojar a un lado ese vejestorio inútil e incómodo… La conciencia individual, la
voluntad individual de cada ser es el único legislador en una cuestión de carácter tan íntimo”,
se oye afirmar entre las filas del campo individualista burgués. “La solución de los problemas
sexuales sólo podrá hallarse en el establecimiento de un orden social y económico nuevo, con
una transformación fundamental de nuestra sociedad actual”, afirman los socialistas. Pero
precisamente este esperar en el mañana, ¿no indica también que nosotros tampoco hemos
logrado apoderarnos del “hilo conductor”? ¿No deberíamos encontrar o al menos localizar este
“hilo conductor” que promete desenredar el nudo? ¿No deberíamos encontrarlo ahora, en
este mismo momento? El camino que debemos seguir en esta investigación nos lo ofrece la
historia misma de las sociedades humanas, nos lo ofrece la historia de la lucha ininterrumpida
de las clases y de los diversos grupos sociales, opuestos por sus intereses y sus tendencias.
No es la primera vez que la humanidad atraviesa un período de crisis sexual aguda. No es la
primera vez que las al parecer firmes y claras prescripciones de la moral al uso, en el campo de
las relaciones sexuales, han sido destruidas por el aflujo de la corriente de nuevos valores e
ideales sociales. La humanidad ha pasado por una época de “crisis sexual” verdaderamente
aguda durante los períodos del Renacimiento y la Reforma, en el momento en que un
formidable avance social relegaba a un segundo término a la aristocracia feudal, orgullosa de
su nobleza, acostumbrada al dominio absoluto, y en su lugar se asentaba una nueva fuerza
social, la burguesía ascendente, que crecía y se desarrollaba cada vez con mayor impulso y
poder…